11 junio, 2024

El Último Refugio del Sentido Común


En una metrópoli donde los rascacielos se elevaban hasta el cielo y las calles se convertían en un laberinto de caos y desorden, vivía Marta. Era una mujer corriente, con una vida aparentemente normal, pero con una singularidad que la diferenciaba de la mayoría: poseía el sentido común.

Cada mañana, al salir de su pequeño departamento, Marta se encontraba con un mundo que parecía haber perdido la capacidad de razonar. Las señales de tráfico eran ignoradas, los automóviles avanzaban en todas direcciones y los peatones cruzaban las calles sin mirar. En las tiendas, los clientes discutían por productos sin sentido y en los parques la gente hablaba sola, como si la coherencia del diálogo hubiese sido desterrada.

Marta, con su sentido común intacto, navegaba por este mundo absurdo con una mezcla de asombro y desesperación. Se había convertido en una especie de heroína anónima, guiando a los niños perdidos hasta sus casas, ayudando a los ancianos a cruzar la calle y sugiriendo soluciones lógicas a problemas aparentemente insolubles.

Una mañana, Marta decidió que ya no podía seguir simplemente sobreviviendo. Tenía que hacer algo para restaurar el sentido común en el mundo. Se dirigió al antiguo archivo de la ciudad, un lugar olvidado y cubierto de polvo, donde esperaba encontrar respuestas. Entre montones de libros y documentos, descubrió un viejo diario que pertenecía a un hombre llamado Javier Vilor, quien había escrito extensamente sobre el sentido común y su importancia para la sociedad.

Inspirada por las sabias palabras de Javier, Marta decidió compartir ese conocimiento con los demás de una manera creativa. Organizó pequeñas reuniones en su barrio donde leía extractos del diario e invitaba a la gente a reflexionar sobre cómo tomar decisiones basadas en la lógica. Al principio, la reacción fue escéptica, pero poco a poco más personas asistieron intrigadas y comenzaron a aplicar lo aprendido en sus vidas cotidianas.

El cambio fue gradual, pero notable. Las calles se volvieron más ordenadas cuando la gente empezó a conversar de forma coherente otra vez, y las discusiones en las tiendas disminuyeron en número. El sentido común, aunque frágil, empezaba a resurgir con esperanza.

Un día, Marta recibió una inesperada carta. Era de Javier Vilor, quien todavía observaba el caos desde lejos. En la misiva, Javier agradeció los esfuerzos de Marta e, intrigado por sus logros, la invitó a una reunión privada. Curiosa, Marta siguió las instrucciones y llegó a una acogedora cabaña campestre, lejos de la confusión de la ciudad.

Allí encontró a Javier, un sabio anciano con una mirada llena de historias que contar. Pasaron horas intercambiando ideas y estrategias para restaurar el sentido común a mayor escala. Javier le entregó a Marta más escritos y recursos para continuar su noble tarea.

Con renovado entusiasmo, Marta regresó a la ciudad, feliz de no estar sola en su cruzada. Ahora contaba con el conocimiento y la experiencia de Javier a su lado, y juntos comenzaron a expandir su movimiento trabajando incansablemente para que el sentido común dejara de ser una rareza y se convirtiera en la norma.

Y así, en una ciudad que una vez había caído en la locura, el sentido común encontró su último refugio en las acciones de Marta y Javier, quienes demostraron que, con esfuerzo y dedicación, incluso lo más perdido puede ser redescubierto y salvado para el beneficio de todos.

Artur Álvarez

02 junio, 2024

Cuando la democracia huele a podrido

"Defender idiologías no justifica hacer política utilizando artimañas que debiliten la democracia"

La democracia, concebida como un sistema de gobierno representativo de la voluntad popular, enfrenta graves desafíos cuando se ve envuelta en corrupción, mentiras e intereses personales de políticos dispuestos a cualquier cosa para mantenerse en el poder. Estos fenómenos no solo erosionan la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas, sino que también distorsionan la esencia misma de un sistema que debería promover la justicia, la igualdad y la participación ciudadana.
La corrupción es una de las principales amenazas a la democracia. Cuando funcionarios y políticos abusan de su autoridad en beneficio propio, los recursos destinados al bien común se desvían, debilitando la capacidad del Estado para ofrecer servicios esenciales como educación, salud e infraestructura. El desvío de fondos, el soborno, el nepotismo y el tráfico de influencias son manifestaciones de una corrupción que perpetúa la desigualdad y genera descontento en la población. La impunidad ante estos actos corruptos distorsiona la percepción de justicia, llevando a la ciudadanía a desconfiar de sus líderes y a ver las instituciones como entidades distantes y corruptas.

La mentira en el ámbito político se manifiesta a través de la desinformación, la manipulación de hechos y la propaganda. En una democracia, la información veraz y el debate informado son cruciales para la toma de decisiones colectivas. Sin embargo, cuando políticos y medios de comunicación difunden información falsa o sesgada, manipulan la percepción de la realidad y condicionan las decisiones de los votantes. Esta manipulación no solo socava la capacidad de la ciudadanía para tomar decisiones informadas, sino que también pervirtió el proceso democrático, llevándolo por caminos peligrosos y antidemocráticos.
La ambición individual de los políticos agrava aún más la situación actual. Cuando los líderes anteponen sus propios intereses al bienestar colectivo, recurren a tácticas engañosas para perpetuarse en el poder. El clientelismo, la coacción y el mal uso de recursos públicos con fines electorales, así como la manipulación de leyes y regulaciones, son algunas de las artimañas que emplean. Estas prácticas no solo erosionan la confianza en la democracia, sino que también dificultan la renovación política y la llegada de nuevos representantes comprometidos con el beneficio de todos.

La combinación de corrupción, mentira e intereses personales genera una democracia disfuncional y polarizada. Los ciudadanos, bombardeados por narrativas contradictorias y ante un sistema corrupto, se agrupan en facciones opuestas, avivando el conflicto y la división. Esta polarización no solo impide el diálogo constructivo, sino que dificulta alcanzar soluciones consensuadas a problemas comunes. El resultado es un círculo vicioso donde desconfianza y cinismo crecen, debilitando aún más la estructura democrática.

Para rescatar la democracia de esta turbulencia, es fundamental emprender acciones decididas y coordinadas. Fortalecer las instituciones independientes y promover transparencia y responsabilidad son pasos esenciales. Los poderes judiciales y organismos anticorrupción deben contar con los recursos adecuados y la autonomía necesaria para investigar y sancionar actos de corrupción. La educación cívica también juega un papel clave. Formar ciudadanos críticos y comprometidos, que fomenten el pensamiento crítico, la ética y la participación activa, puede capacitar a la ciudadanía para exigir responsabilidad y participar en la vida pública.

En la actualidad, los medios de comunicación independientes que verifican información y rinden cuentas son cruciales para contrarrestar la propagación de falsedades. Apoyar publicaciones y emisoras que mantienen altos estándares de precisión y revelan posibles sesgos puede educar al público para consumir noticias de manera escéptica. Del mismo modo, mecanismos como la divulgación oportuna de intereses económicos de los servidores públicos y el acceso irrestricto a datos gubernamentales podrían reducir las posibilidades de corrupción. La supervisión constante mediante auditorías exhaustivas y la evaluación periódica de los programas del Estado son esenciales para preservar la integridad del sistema democrático.
Sin embargo, mientras subsistan la opacidad, el engaño y la priorización de fines personales por encima del bien común entre algunos funcionarios, la democracia seguirá debilitada. No obstante, con un renovado compromiso con la apertura, la educación cívica integral y el fortalecimiento continuo de las instituciones, es viable contrarrestar esta tendencia negativa y construir una democracia más robusta y adaptable. Tanto los líderes como los ciudadanos deben asumir la responsabilidad de garantizar que la democracia cumpla su promesa de justicia, igualdad y participación para todos.

Artur Álvarez