13 enero, 2024

De la fidelidad y la espera


Cada albor matutino, mientras se encaminaba hacia la estación, se sumergía en la contemplación de los sauces que bordeaban el sendero. Algunos de ellos ya empezaban a alfombrar las aceras con su efímera decadencia, hojas que en su caída reflejaban la crudeza de un deseo frustrado.

En el andén, como una escena sacada de un cuadro, permanecía sentada. Se acomodó en un banco impregnado de la oscuridad del verde, con su bolso de piel marrón reposando a su lado, los zapatos de tacón, los vaqueros desgastados y la chupa de cuero.
Jamás se desvanecieron de su memoria el aroma de su piel ni la humedad de sus labios. Ansiaba fervientemente que el reloj marcase el momento anhelado de su regreso.
Durante meses aguardó, envuelta en la soledad de las cálidas noches de verano. Con el pensamiento abrazando el recuerdo y la mirada perdida en la remota curvatura del mar azul. Las lunas plateadas pasaron, las flores se marchitaron y la calle se convirtió en un escenario de sauces desnudos y veredas plagadas de hojas marchitas. El sopor del otoño llegó, pero él no retornó.

Se sentó en el banco del andén, apretando el pañuelo que comprimía entre sus manos. Vaciada de lágrimas, aguardó un tren que nunca llegó.

Su nombre, Penélope.

(Agradezco a Joan Manuel Serrat por condensar tanta sensibilidad en una canción)

Artur Álvarez

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