14 marzo, 2024

En la encruzijada

Seguramente, una de las formas más alegóricas de entender la existencia es equipararla a un camino. Una trayectoria vital que, en ese momento en el cual ya empezamos a depender de nosotros mismos, se nos presenta como un cruce en la cual forzosamente necesitamos llevar a cabo una elección. Al principio, nos encontramos indecisos, pero tenemos que optar para seguir un camino repleto de fugacidad, placer y facilidad o, por el contrario, optar por otro más virtuoso y más costoso de transitar.


El filósofo griego Pródico de Ceos (465 a. C.-395 a. C.), en su obra Las horas y las estaciones nos relata el cruce de Hércules. La dificultad que este tuvo, en pleno inicio de la pubertad, para elegir entre dos maneras posibles de vida, condiciones personificadas en dos mujeres que se le acercaron ante tal disyuntiva.

Una de ellas, de muy buen ver, pudorosa, modesta, vestida de blanco. Otra extremadamente acicalada, de mirada audaz, ataviada para destacar y atraer miradas ajenas.
La primera se le acercaba lentamente, pero la segunda más deseosa, se avanzó y le habló indicándole que, ante la indecisión, ella estaba dispuesta a conducirlo por el camino más agradable, cómodo, repleto de comes y extremados deleites para los sentidos. En definitiva, una felicidad en la sombra. Finalmente, le indicó que, para sus amigos, su nombre era Felicidad. Pero sus enemigos la denigraban denominándola Vicio.
A continuación, pausadamente, se le acercó la otra mujer y le dijo que ya había sido informada de su instrucción, desde el nacimiento. Y que tenía la esperanza que elegiría el camino que le proponía. Ese era la senda de las buenas acciones, de la verdad, del bono y el bello frente a una vida sin esfuerzo ni dedicación. Lo informó que atendía el nombre de Virtud y era la más honrada entre los dioses y los hombres buenos.

Después de escuchar una acalorada discusión entre las dos mujeres en la cual intentaban defender sus argumentos, efectivamente, la elección se decantó por la virtud, puesto que el vicio proporcionaba un placer irreal. Daba de comer antes de tener hambre y agua antes de tener sed.
Consideró que las acciones correctas de las personas surgían de ideales relacionados con el bien, la justicia, el valor, la bondad, el esfuerzo…
Tenía muy presente que, desde pequeño, había adquirido hábitos encaminados a una disposición estable para hacer el bien, su elección nunca podía encaminarse hacía rutinas consideradas inmorales, degradantes, insanas o perniciosas.

Pues bien, es importante reflexionar sobre este episodio de la mitología griega para comprender la importancia de una buena educación en la cual, desde pequeñísimos, los hábitos adquiridos nos guían acertadamente ante ese momento de nuestras vidas en que se nos presenta el mismo cruce que se le plateó a Hércules.

Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) nos aconsejaría que en el promedio está la virtud y en los extremos se situarían los vicios. Sócrates (470 a. C.-399 a. C.) nos recomendaría que el conocimiento fuera nuestro mejor alimento, puesto que este genera virtud. Nos informaría que el vicio proviene de la ignorancia. Con lo cual, no llevaría a la conclusión que saber y virtud son conceptos coincidentes.
Otros filósofos, como Kant (1724-1804) criticarían la concepción aristotélica de virtud, cuestionando que, si el vicio y la pasión estaban situados en los extremos, entonces la virtud sería un vicio atenuado. Y filósofos como Edmund Husserl (1859-1938) complementarían los planteamientos de Aristóteles añadiéndole el componente de la motivación entendida como un acto de nuestra voluntad dirigido hacia una cosa buena y positiva.

En cualquier caso, la vida lo tenemos que entender como un camino que, en un punto determinado, nos presenta un cruce, personal e intransferible, en la cual se hace necesaria la elección: luz u oscuridad, bien o mal, feligrés o profano, sabiduría o vanidad… virtud o vicio.

Una decisión individual y libro que nos hace más humanos.

Artur Álvarez

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