09 marzo, 2024

La fortaleza de la soledad deseada

En el tranquilo aposento de su hogar, Clara se hallaba absorta en la lectura de un viejo libro de poesía, buscando refugio en las palabras ante el silencio que imperaba a su alrededor. A través de la ventana entreabierta, los rayos del sol se filtraban tenuemente, dibujando sombras danzantes sobre las paredes ajadas de su cuarto. Aquel era su santuario, un rincón íntimo donde la soledad se volvía su confidente más leal.

En la algarabía del mundo exterior, donde las voces y los ecos se entrelazaban en un frenesí caótico, Clara encontraba consuelo en su propio eco, en el susurro de sus pensamientos y el murmullo de las páginas que hojeaba con devoción. No anhelaba la compañía de otros, pues en la serenidad de su retiro hallaba la plenitud que muchos buscaban afuera, entre las multitudes que vagaban sin rumbo.

En cada verso, en cada línea, encontraba una conexión profunda con el universo, una comunión silenciosa que colmaba los espacios vacíos de su alma. Allí, en su mundo de libros y sueños, la soledad dejaba de ser una carga para convertirse en una bendición, en un regalo preciado que acariciaba con gratitud.

Y así, entre letras y suspiros, Clara tejía su propia red de soledad deseada, una fortaleza invulnerable ante las tormentas del mundo exterior, donde la calma reinaba eterna y la compañía más valiosa era la que ella misma se brindaba.

Artur Álvarez 

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