06 marzo, 2024

La Danza Macabra del Frío

El viento rugía con saña, azotando el rostro de Miguel con un látigo de nieve helada. La ventisca había convertido el bosque en un lienzo blanco, un escenario fantasmal donde se desarrollaba una danza macabra: la lucha del hombre contra la naturaleza implacable.
Miguel avanzaba a trompicones, un náufrago en un mar de nieve. Sus ropas, empapadas y congeladas, se convertían en una mortaja que lo aprisionaba. El frío era un enemigo invisible que le robaba la fuerza y la esperanza, un lobo feroz que mordía su carne y su alma.
Sus dedos entumecidos apenas podían sujetar las ramas que le servían de apoyo, y sus ojos, nublados por la nieve, solo distinguían la tenue luz del sol que se filtraba entre las copas de los árboles, como un último aliento de vida.
Un aullido le erizó la piel. Se quedó inmóvil, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. A lo lejos, entre la niebla y la nieve, vio una silueta oscura que lo observaba: un lobo, un cazador paciente que aguardaba el momento oportuno para asestar el golpe final.
El terror se apoderó de él, pero en ese instante un recuerdo le vino a la mente: su abuelo, un hombre curtido por la experiencia, le había hablado del fuego como la última esperanza en la adversidad.
Buscando en su mochila con manos temblorosas, encontró un viejo encendedor y un puñado de ramas secas. Encendió una pequeña fogata, una llama tímida que desafiaba la oscuridad y el frío. Poco a poco, la llama creció, se convirtió en una hoguera que brindaba calor y refugio, un oasis de vida en medio del desierto blanco.
El lobo retrocedió, aullando de frustración. Miguel se sentó junto al fuego, sintiendo cómo el calor le devolvía la vida. La mordedura del frío se había convertido en un abrazo reconfortante.
Había sobrevivido. La danza macabra del frío había terminado, y ahora, con la esperanza renacida en su corazón, estaba listo para seguir luchando, para encontrar la salida del bosque y regresar a la vida.

Artur Álvarez

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